
Crónica: Entre el plátano y el reinado
Nunca pensé que en un jueves como cualquier otro, me toparía con la mismísima “reina del mangú”
Son las tres de la tarde y me propongo conseguir un buen “tres golpes” por la Avenida Borinquen, en Barrio Obrero, a fines de regresar a mis labores con el estómago lleno y probar por primera vez esa eminencia de la cultura dominicana. Tras una búsqueda sencilla en Google, di con uno de sobre veinte negocios vecinos a Sagrado que sirven mangú, El kiosko de Fred. Camino casi siete minutos, llego al acogedor espacio, y noto un gran pilón decorativo a la entrada y otro al final del pasillo; sé que llegué al lugar correcto.
Espero, naturalmente, que me atienda un tal Fred, pero el panorama cambia.
Me acerco a una mujer detrás del mostrador y le pregunto: “¿a esta hora sigue teniendo mangú disponible?”. Lo que no imaginaba era que me topé con la “reina del mangú”, según se introdujo.
Mi duda surge porque entendía que, en sus orígenes, el mangú es el primer plato del día. Sin embargo, la chef Radaysa Astacio apunta a que no hay hora para consumirlo en República Dominicana, pero sí ha notado cómo “el puertorriqueño lo prefiere de almuerzo”.
Tras la respuesta de doña Lucía (seudónimo), no me queda duda de que estoy a punto de aprovechar un manjar de alto rango. El mangusi, como también se le conoce, según Astacio, es una porción de plátano verde que se junta con huevo, salami y queso frito.
📍 Recorrido del mangú en San Juan
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Cuando le digo a Lucía que es mi primera vez probando mangú, reacciona de forma afable e inmediata. Su gesto me indica “no se diga más”. Y es así como, en menos de dos minutos, me sirve un plato con mangú, bistec y pechuga, y lo coloca en el microondas. Tal vez no es el tres golpes tradicional, pero sí una de las posibles combinaciones de proteínas para acompañar al protagonista.
“Luego me cuentas si te gustó”, dice, como si estuviera convencida de que luego volveré por más. Me acomodo. De frente hay un cuadro de Nueva York en el 40. A mi derecha, una mujer exclama “ay, ¡qué jartera!”. La miro y veo sobre su mesa unas vajillas en la pared que ilustran coloridamente a los cocoteros de República Dominicana. Llega el plato a mi mesa.
Una mujer entra y le dice a Lucía, en un tono jocoso, “solo vengo a pagarte”. La “reina del mangú” parece fiarle a sus clientes, un reflejo de un carácter dadivoso.
Al finalizar mi plato, entiendo la exclamación de la mujer de al lado. Mientras espero para pagar, la “jartera” comienza a traducirse en sueño. Lucía lo nota, y desde el mostrador ríe y me dice: “no me dijiste si te gustó”.
“Si hubieras visto cómo terminó mi plato, ni me preguntarías”, respondo.
Finalmente, cae un aguacero cuando voy de salida. Ahora, con el estómago lleno, el cabello mojado y una buena anécdota gastronómica, regreso a mis deberes.